lunes, 9 de agosto de 2021

HISTORIA DE UN COLLAGE


La foto corresponde a la parte superior izquierda y equivale a un 50% del collage.  
En la el color es más parecido al verdadero. La línea difusa que se aprecia 
encima de mi cabeza, atravesando a Jayne Mansfield, Robert Redford, Mª Luisa Sanjosé 
y William Holden, es la parte del plástico adherida al collage por calentamiento.

A principios de los 1980s alquilé un estudio en un entresuelo de la finca 89-91 de C/Provenza de Barcelona, cerca de la Escuela Industrial. Daba a la parte de los patios interiores de la manzana. El patio, casi tan grande como el propio estudio, daba por el lado derecho a Editorial Sopena, que ocupaba varios números de la calle. Su patio estaba dos metros más alto y ocupaba buena parte de la isla central de la manzana. En ella, todo eran edificios de viviendas, excepto en el lado que daba a C/Borrell, ocupado en buena parte por el Colegio IPSI. Me resultó curioso que habiendo vivido toda mi vida en una manzana ocupada en buena parte por el Colegio San Miguel, sus patios y la iglesia, escuchando diariamente el ruido de los niños durante los recreos, tuviera el mismo ambiente sonoro en el estudio, aunque de mucha menor intensidad. Me resultaba familiar.
Derribada sin contemplaciones, antes de que se pudiera evitar
La planta entresuelo de la finca estaba dedicada a despachos: 
a) un dentista, b) dos estudios, el mío y otro más pequeño, c) una correduría de seguros y d) las oficinas de Impresoras Epson, cuyo patio y estaba separado del mío por una tapia de algo más de un metro de altura. Años más tarde lo ocuparía una empresa de caza de morosos. A veces, por la ventana que daba a la terraza, 
se escapaban las amenazadoras -y a veces divertidas- conversaciones telefónicas con los morosos. Después, ya en el 2000 se instalaron unos chinos con un taller de confección, posiblemente ilegal, con ruidosos telares que no paraban en todo el día y parte de la noche. Debían formar parte de la primera oleada de chinos, que creció al unísono con las nuevas invasiones de moros, hindúes, subsaharianos y latinoamericanos, que globalizaron Barcelona.

1ª foto: A derecha estaba la enorme terraza de Editorial Sopena. En la parte inferior las hojas del ficus del que explico su periplo en "Un Ficus viajero"en "El Color del Maldito Cristal"
2ª: tapia de la izquierda daba al patio de Epson.
El visitante inesperado es un mirlo.
Era el estudio ideal para una pareja joven, según comentaron los propietarios, un matrimonio de jubilados, mientras nos lo enseñaban. El "nos" viene a cuenta de que me acompañaba un amigo, con la idea era compartir el estudio, yo para mis clases y él para tocar el piano sin molestar a los vecinos. A él no le convenció y se retiró del tema aduciendo unos motivos algo peregrinos porque realmente era perfecto para no molestar. A mi me gustó y me embarqué solo en el asunto, aunque en principio no entraba en mis cálculos pagar un alquiler tan elevado. Años después supe que no era una sala de música lo que buscaba mi amigo, sino un nidito de amor para estar con una amiga veinte años más joven de la que se había enamorado. Cuando se descubrió la relación, su matrimonio terminó de forma fulminante. 
La habitación principal tenía una pared de unos tres metros de longitud, situada entre la puerta de la cocina y el dormitorio, que estaba pidiendo a gritos un cambio radical de decoración. Pensé en diversas cosas, pero en cuanto me vino a la mente, no dudé: un collage dedicado al Cine, mi pasión nada secreta porque en esa época todavía pensaba que podía convertirse en mi profesión. Me hizo poner los pies en el suelo, un director de cine José Ulloa, con el que conversé en diversas ocasiones. Me dejó bastante claro las posibilidades reales de vivir bien -o, al menos, de una manera desahogada- trabajando en la Industria Cinematográfica del país: nada era seguro ni para los más cualificados.

No quería un cartel escuálido, del tamaño estándar habitual, que se confeccionaban con estrellas de diferentes épocas y de los cuales había comprado alguno. El collage tenía que ser un cartel gigante que cubriera la pared elegida o la mayos parte parte de ella.  
Dado que los ordenadores personales no existían en plan comercial o estaban poco menos que en pañales; lo que hiciera tenía que ser en plan artesanal y armándome de una buena dosis de paciencia.

El material lo tenía, pero en estado bruto. Durante años me había comprado enciclopedias de cine en fascículos semanales, posteriormente encuadernados: de Buru-Lan, de Salvat, de Las Estrellas, Planeta y de dos o tres editoriales más, alguna de las cuales no terminé porque ya se me había pasado la época de obras generales y prefería libros más específicos. Quizá fue una exageración coleccionar tantas, pero en todas encontraba cosas diferentes que me impulsaban a comprarlas, aunque muchas fotos o datos estuvieran repetidas. Por otra parte, conservaba muchas revistas de cine y fotos sueltas guardadas por diferentes motivos. Sin embargo, las portadas y contraportadas de los fascículos, con fotos de gran formato, resultaron ser el material más adecuado, por el tamaño de las caras y cuerpos, apropiado para destacar y verse con detalle desde, al menos, un par de metros sin necesidad de pegar la nariz al collage.

Seleccionar las fotos entre varios centenares, recortar las que se prestaban a ello- y montarlas de forma adecuada para que encajaran, hizo el trabajo muy laborioso. De hecho, deshice gran parte de lo construido en diversas ocasiones. Duró varias semanas. Había acotado una parte del suelo del salón, entre el pasillo y la cocina, en donde iba colocando y acoplando el material, a la búsqueda del encaje idóneo para cada foto. A veces me desesperaba porque no me gustaba cómo quedaba o porque había una parte que ya estaba completada, pero no sabía cómo continuarla sin que lo que añadía desentonara. Era un trabajo que hacía en ratos libres o por la noche. Coincidió con el fin de una larga, muy complicada y en ocasiones llena de sobresaltos, relación sentimental, lo cual me permitió dedicarle más tiempo y los fines de semana que llovía y no se podía jugar a tenis. 
 
Por fin, el collage estuvo terminado, aunque la parte inferior desmerecía un poco del resto porque, a pesar del material acumulado, faltaban actores y actrices que me parecían fundamentales o que me gustaban por encima de otros. Se podría decir, y es cierto, que no estaban todos los que eran y no eran todos los que estaban, pero tuve que cortar por lo sano para que el trabajo no se eternizara. El material correspondía principalmente a intérpretes de los años 1940s, 50s y 60s, con algo de los 30s y 70s.
Dadas las dimensiones finales, aproximadamente de 2,5 metros de largo y 1,5 de alto, enmarcarlo era algo complicado. Debería haber recurrido a mi hermana y a mi cuñado, expertos en el tema por ser pintores. El enmarcado final era endeble y cometí la imprudencia de encender, un día que hacía frío, una placa calorífica situada debajo del collage. Cuando quise darme cuenta parte del plástico que lo recubría había empezado a fundirse y el marco a curvarse. El daño fue leve pero no pude evitar que se notara en algún lugar. A pesar de todo, resultaba verdaderamente espectacular y, entre las personas que lo vieron, muy pocas fueron las que no me preguntaron cosas sobre él, acerca de quienes aparecían o quién lo había hecho.
 
Las fotos que coloco para dar una idea lo más aproximada posible a la realidad, no son las mejores porque corresponden a meses después del accidente. No he encontrado ninguna que coja el collage en su totalidad, pero creo que pueden dar una idea bastante aproximada de cómo era. Las primeras que hice, recién colocado en la pared, no se por dónde paran. Quizá estén entre los montones de negativos que conservo. En algunas, utilicé el collage como fondo en fotos de alumnas, alumnos y amistades, a las que les gustaba tenerlo como recuerdo, pero la mayoría las daba y los negativos no me consta que los tenga. Tengo autorretratos míos, hechos en momentos puntuales de narcisismo, de los que he tratado de sacar las partes en las que aparezco.
 
El collage no cuelga ahora de ninguna pared, está enrollado desde hace unos cuantos años y cuando lo rescate no sé lo que me voy a encontrar. Espero que el tiempo transcurrido lo haya respetado lo suficiente como para que valga la pena seguir contemplándolo.